Podrá
ser un secreto a voces que los strippers van más allá de despertar el deseo en
las espectadoras y terminan cumpliendo una de las fantasías de las
mujeres. Los propios strippers califican
su trabajo como arte y la verdad lo hacen con mucho gusto. Con sobre nombres
como Crudy, Kike, Dorian o hasta Fetiche son hombres que tienen diferentes motivos para trabajar por
las noches en antros o fiestas privadas.
Los
bailarines comienzan desde muy jóvenes, algunos buscan dejar sus inhibiciones y
olvidar los convencionalismos sociales para que un hombre se le acerque a una
chica (aun en la actualidad), otros solo lo ven como una forma fácil de ganar
un dinero extra de manera agradable. La mayoría ha comenzado por amigos que
conocieron en los gimnasios, principalmente, y que los involucran poco a poco
en el medio.
Al
tratarse de un oficio en el que se vive del cuerpo, al menos dos horas de
gimnasio y tratamientos de belleza, que no todos admiten, son necesarios para
proporcionarle a las espectadoras lo que no tienen en casa: un cuerpo
musculoso, fuerte, suave y sin vello que pueden tocar a su gusto.
Claro
que, al tratarse de un baile sensual en el que se involucra a las mujeres al
repegarseles, cargarlas o hacer que toquen, a veces las cosas se pueden salir
un poco de control pues suben los ánimos de las chicas por lo que ellos
necesitan mantener su postura viril, valiéndose de trucos como el conocido
calcetín o el de la liga.
Algunos
de estos hombres llevan la fantasía a la realidad y llega a la prostitución,
término que, curiosamente, cuando se trata de hombres, casi no se ocupa o no
hace tanto ruido como cuando son mujeres. Muchos de los strippers afirman que
al final del show llegan a irse con alguna clienta que los solicite, bajo el
acuerdo monetario al que hayan llegado. No es de esperarse que en ocasiones
estos hombres tengan algunas anécdotas como estar en el hotel y que “su
amiguito” no les responda pese a que ya les habían pagado.
Como
todo trabajo, tiene su inconveniente y el de ellos es la vida amorosa, ya que a
pesar de que disfrutan, no les permite mantener una relación estable, pues
pocas son las mujeres que aceptan ser su pareja sabiendo que sus privados son
más que un baile exclusivo. Y para quienes la tienen, no son capaces de
decirles que en las noches no son solo meseros en algunos centros nocturnos.
Lo
que queda claro es que aún estamos en una sociedad machista en la que no es mal
visto que un hombre provoque a una mujer y sea capaz de llevársela a la cama
aunque sea como un negocio. Aunque para los que no es negocio es para los
lugares establecidos que presentan este tipo de espectáculos, pues las mujeres
que acuden van a gastar en hombres y no en bebidas, además de ser mucho menor
la cantidad de féminas atrevidas para visitar estos lugares que los hombres en
los tables, por ello son pocos los lugares con estos giros; el fuerte de los
strippers son las fiestas privadas en las que llegan a ganar por su sólo baile
entre 700 y mil pesos, aparte se contemplar propinas y pagos por “servicios
extras”.
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