TAQUITO DE TRIPA
Abrió pesadamente los ojos, escuchó el ruidoso masticar, de quien come con la boca abierta retacada de comida, de ésta salió una voz cándida, bajita, casi tímida.
– No te muevas demasiado rápido, podrías abrirte las suturas – y como si la psicología inversa hubiera cundido en la cabeza de Estela, ésta se movió rabiosamente.
Un hilito de sangre se dejó ver por el rayo de luz que se proyectaba del techo, lo demás en penumbras. Comprendió al instante de lo que se trataba, el dolor, las ataduras y el penetrante olor a cloroformo, supo en ese momento que era su fin.
– Llora, por favor – le aconsejó la voz.
Ahora recordaba, era él.
Siempre le intrigaron los hombres solitarios, esta no era la excepción, clavó sus ojos sobre él, de figura alta y delgada, rasgos finos pero acentuados por la barba tupida.
– Toma te regalo un panfleto – le estiró la mano interrumpiendo su lectura. – Es importante que hagamos consciencia como sociedad de la crueldad animal que es aplicada en los rastros, los daños a la salud que causa el consumo de carne animal…
– No como carne de animales – él replicó inmediatamente.
Con una sonrisa en la cara y sin permiso, se sentó en la mesa, Journal American College of Surgeons y un té, acompañaban al que después concluyó que era el Doctor.
La casa era magnifica, antigua como lo son en la Nueva Santa María, oscura y fría, de techos altos y de un gusto simple en la decoración, sólo unas xilografías shunga decoraban la sala, pidió pasar al baño, una toalla, un jabón dentro del celofán y un rollo de papel nuevo, era todo, no había espejo, le llamó la atención que no había ninguno, ni en la sala, ni en el comedor; aunque los muebles y demás enseres en el interior de la casa eran evidentemente antiguos, todo olía a limpio.
– Cabernet o merlot – preguntó el Doctor mostrando las botellas.
– No lo sé, me da igual – replicó Estela, quien para entonces comenzaba sentirse aún más atraída a él.
La mesa de caoba se adornó con sopa de queso, ensalada de manzana, y berenjena al horno.
– ¿Tú no vas a comer? – en tono juguetón.
– Ahorita no, al rato – replicó con una sonrisa de oreja a oreja, Estela respondió con otra.
Ella le contó una historia ridícula del porqué había dejado de comer carne, de cómo dejó de usar productos testados en animales, y que ahora todo, o casi, todo lo que ella consumía, lo cultivaba en la terraza de su departamento, que era muy liberal con la sexualidad femenina, de izquierda y tranquilamente atea. El Doctor la miraba con lo que ella dedujo que era atención y por cortesía le preguntó, acerca su historia vegetariana.
–No fue por convicción, comenzó a enfermarme la carne. – guardó un breve silenció y de pronto un exabrupto – ¡Cómo extraño los tacos de tripa! – contestó perdiendo la compostura por unos segundos; Estela soltó una risita.
El vino la había mareado muy pronto, seguramente era porque nunca tomaba cosas finas, pensó. La tomó de la mano y la guió hasta unas escaleras, con cuidado la ayudó a bajar, seguía mareada. La desnudó, sus pechos firmes y los pezones duros, no sólo por el frío de la habitación, Estela estaba completamente excitada, él se desnudó, comenzó a tocarla con vehemencia, se incorporó con dificultad para intentar besarlo, la tumbó, comenzó a atarla a la mesa, por primera vez probaría las mieles del bondage, pensó, – relájate… –, visión borrosa; las cuerdas apretadas, comenzaban a ponerle las manos y los pies fríos, el sonido de metales, charolas y frascos. Oscuridad y silencio total.
La mesa de caoba se adornó con vino tinto, Annals of Surgery, un plato decorado con lechuga, sobre de ésta un taquito de tripa y helado de vainilla.
Frida Trejo.