Camino a Comala
Pedro Páramo huele a copal y piloncillo, su piel raspa como
mecapal duro en la frente. Los labios se cuartean como tierra yerma, y los pies
duelen, huele a piel quemada, a sebo seco, a muerte, y a muerto, a la bastardía
de la sangre y a la polvareda fresca.
En
qué espejismo nos reflejamos ahora, hoy; si todos somos hijos de Pedro Páramo.
Rulfo
pinta con grana cochinilla el alma mexicana post revolucionaría, un pueblo que
aún llora a sus hombres, a los cabrones que lo abandonaron, ser bastardo duele
hasta los huesos, a todos nos duele, apátridas de padre y madre. Es que siempre
estamos en la búsqueda del origen, del aquí y ahora, por eso sólo la muerte nos
da cobijo como una madre tibia, terrosa, como el niño que duerme en el regazo
de la madre. Mientras algunos, vivos o muertos, nos quedamos en el limbo
cultural, desorientados, a nuestra suerte y a los espejismos. Podemos llegar a
Comala con el alma, nos leemos ahí mismo, nos reconocemos, nos vemos penando,
asusta tanto realismo, conmueve tanta magia.
Si
todos somos hijos de Pedro Páramo, todas entonces somos Susana San Juan, la
cuerda que prefiere vivir en la locura, porque ante lo crudo de lo vivido
preferimos el realismo mágico, así, dualidad de cosmogonías, estar y no estar
en el petate al hacer el amor, Susana San Juan no es niña, ni vieja, es tiempo.
¿Qué
sería de nosotros sin Pedro Páramo? Somos un pueblo que abraza su orfandad, que
se enorgullece de ser bastardos; ni españoles, ni aztecas, mexicanos por
generación espontanea, peregrinos a Comala, siempre. Adoradores de fantasmas de carne y hueso,
amantes de lo efímero y lo real. México arriba y abajo, en el cielo como en la
tierra. ¿Qué es ser mexicano?
Ser
padre y madre, tiempo y carne, polvo y sangre, Juan, Miguel, Eduviges, Susana,
Pedro el padre, el hijo y el bastardo.
Frida Trejo
2014
Foto: Frida Trejo, 2009