Entre
las cinco y seis de la mañana, el agua
de la regadera corre por alrededor de 10 minutos. Sales corriendo de casa, en
el mejor de los casos con un vaso de leche o taza de café en el estómago. El
microbús va hasta el tope y con un pie en el escalón y bien agarrado. Tú maletín o bolso ondea como bandera, al
igual que el de todos aquellos que buscan llegar a tiempo a sus destinos. Las
calles llenas de conductores desesperados que comienzan a pasarse el semáforo
por el arco del triunfo.
Si
viajas en metro, entonces el andén estará lleno, y por más prisa que lleves
siempre se quedará parado en una estación más del tiempo acostumbrado. A duras
penas lograr llegar y checar tu entrada a las 8:59 o entrar al salón justo
cuando el profesor dice tu nombre. A media jornada buscas algún alimento que
pueda estar listo en media hora para atragantarte la otra media con ello.
Logras
terminar la jornada lo más despierto posible, tu regreso a casa es tan
estresante como la ida. Por fin llegas a casa, lugar que está hecho un
desastre, con ropa tirada, trastes sucios, tus hijos o hermanos corriendo
pidiendo tu atención. Haces tarea, más trabajo, cenas. Cuando te das cuenta ya
es casi media noche, te vas a la cama intentas dormir y entonces tu alarma vuelve
a sonar a lo que parecerían horas indecentes para algunos.
Tal
vez en esta descripción has encontrado un poco de tu rutina, entonces sabes que
llevas un ritmo de vida acelerado. Esto es algo muy común en la ciudad, entre
tanto ir y venir, las horas perdidas en los trayectos de un punto a otra y la
infinita lista de tareas por realizar cada día la vida se nos va. El estrés es
constante y las preocupaciones parecen no tener fin, estamos tan enfrascados en
esta rutina que se llega a un punto en que ya no se sabe lo que es caminar a un
ritmo normal.
Es
curioso pues parece ser que solo en las principales ciudades el ritmo es así,
pues en provincia, (parecerá raro) como que el tiempo dura más, se toman todo
con más calma y todo parece estar más cerca.
La
sobrepoblación, la mala organización de las ciudades y el ineficiente sistema
de transporte público ha sometido a miles de personas a correr, a vivir
esclavos de una rutina en torno al trabajo o a la escuela y se deja de lado el
entretenimiento, pues en ocasiones no sabemos si los fines de semana deberían
ser para dormir o para hacer algo que nos relaje. Comenzar en este ritmo de
vida desde edades tempranas cada vez ha comenzado a cobrar factura en la mala
alimentación y enfermedades.
Todos
en algún momento nos hemos cansado de esto pero nunca nos hemos detenido a
darnos un respiro, tal vez el problema no tenga solución y solo nos quede
meditar para sobrellevarlo. De lo único que debemos estar conscientes es de que
en algunas ocasiones está bien hacer sacrificios pero también que nuestro
bienestar y salud es lo primero.
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