Se
sabe que ante la visión del ser amado se activan determinadas zonas del
cerebro, entre ellas el córtex anterior
cingulado (la cual transmite señales neuronales a los dos hemisferios del
cerebro), que también responde al estímulo de drogas sintéticas produciendo
sensaciones de euforia; pero lo sorprendente es que los últimos estudios
muestran que además, las áreas encargadas de realizar juicios sociales y, por
tanto, de someter al prójimo a valoración, se inactivaban. Ante nuestro amor,
nos volvemos "ciegos" o, por lo menos, bajamos la guardia así que una
vez más los dichos populares tienen una base científica.
La razón es que el ser humano, como
todos los animales, ha tenido que encontrar los mecanismos evolutivos para
perpetuar la especie. Y el enamoramiento está entre estos mecanismos, un
proceso bioquímico que se inicia en el cerebro, y que tras la desbordante
secreción de neurotransmisores, activa glándulas y respuestas fisiológicas a
velocidad de vértigo, con la finalidad de que acabemos reproduciéndonos.
Otras investigaciones han aportado
interesantes datos sobre las causas y los efectos del amor. Hasta ahora se
sabe, por ejemplo, que la feniletilamina (FEA),
una anfetamina que segrega el cuerpo humano, es una de las principales
sustancias implicadas en el enamoramiento. Este compuesto activa la secreción
de dopamina -un neurotransmisor implicado en las sensaciones de deseo y que nos
hace repetir lo que nos proporciona placer- y de oxitocina, está implicada, entre otras funciones, en el deseo
sexual.
Al inundarse el cerebro de esta
sustancia, éste responde mediante la secreción de dopamina (neurotransmisor
responsable de los mecanismos de refuerzo del cerebro, es decir, de la
capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer),
norepinefrina y oxiticina. Estos compuestos combinados hacen que los enamorados
puedan permanecer horas conversando, sin sensación alguna de cansancio o sueño.
En definitiva, nos sentimos bien con
nuestro amor, estamos sumamente eufóricos y excitados, necesitamos a la persona
con la que estamos, como si de una droga se tratara, porque nos proporciona
placer, y nuestra capacidad para juzgarla se reduce hasta la nada.
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