Ojos de obsidiana
Cosas raras y comunes suceden todos los días, cosas fantásticas y cotidianas. Se camina por una vereda y un pájaro te observa, te ve con sus ojillos diminutos, tratando de descifrar los secretos que escondes hasta de ti mismo; el pájaro te leerá, y sabrá pasados, presentes y futuros, y te sentirás vacío. Algo robó de ti. Aquellos pequeños ojos de obsidiana sólo son receptores, no dejan escapar nada: son pozos negros, muy negros, con un destello de luz de sabiduría. Se sabe que entre más resplandecientes los ojos del pájaro, más incautos ha conocido, una chispa de vida les ha quitado. Almas místicas y curiosas que han dejado un vacío existencial en ti.
Es la naturaleza humana: ser animal a veces, otras erudito; víctima y victimario buscamos ser, pero implacablemente nos descubrimos en algún punto de nuestras vidas. Lo negamos, lo aceptamos, nos horrorizamos, despellejamos nuestra alma y nos desarticulamos como un muñeco viejo, para reestructurarnos una y otra vez. Nos salva y nos condena, nos dota de verdad absoluta y miseria infinita. Se es un ser dieléctrico en un mundo de espejos opacos, donde a lo lejos de este espacio, se ven los reflejos, como estrellas llamando en clave morse, de inconscientes que se hicieron conscientes; en estos, se ven las huellas de lo secreto, de lo oculto, pero en sus ojos brillosos se refleja que se han encontrado a sí mismos, se reconocen los unos a los otros, sin develar sus misterios, tal vez, sin nunca acercarse al otro.
Frida Trejo.
2014
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