Cuanto más involucrado está un niño en
la cultura de consumo, más probable es que sufra depresión, ansiedad u otros
problemas emocionales o psicológicos.
Muchos de los niños, que están
expuestos al bombardeo publicitario, todavía no han desarrollado la habilidad
de resistirse al poder de persuasión de los anuncios. De hecho, varios estudios
indican que los niños pequeños no distinguen entre la programación y la
publicidad.
Los niños, a temprana edad, carecen de
las habilidades conceptuales requeridas para tomar decisiones como
“consumidores responsables”. Los distintos factores que limitan la capacidad de
comprensión y decisión de los niños da lugar a una alta credulidad, de tal
forma que informaciones exageradas o parciales son percibidas como reales. Los
más jóvenes muestran una indiscriminada confianza en los anuncios y un
exagerado optimismo respecto a la satisfacción que les reportarán los productos
anunciados.
Debido a la inmadura concepción
respecto a sí mismos, el tiempo y el dinero, los niños tienen dificultades en
comprender sus propios deseos y preferencias, teniendo poca capacidad de
reflexión crítica, difícilmente son capaces de decidir entre la satisfacción de
los deseos presentes y futuros.
Por otro lado, los anunciantes
aseguran que sus anuncios impulsan la autoestima del niño presentando a otros
niños que toman sus propias decisiones independientemente de sus padres.
Además, estos últimos, tienen el poder de decir “no” y limitar la exposición a
la publicidad de su hijo, aunque hoy en día esa tarea sea complicada.
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